Cuento maracucho








Ese día Romualdo y Samuel se encontraron en el Centro, por las Torres. 

- ¿Qué paso Romualdo, no te iban a dejar salir?

- No, chico, lo que pasa es que cuando iba a abrir el portón para abrirlo para sacar el carro, vi unos motorizados pasando poco a poco por el frente, más sospechosos que polero a las 3 de la mañana.

- ¡Ajá! ¿Y esa vaina? - inquirió Samuel.

- No sé, pero vos sabéis como soy yo de desconfiao. Además, en estos días mi hermana Elba me contó que a la viejita Hermelinda que vive cerca de su casa, en La Polar, le robaron un pantalón nuevecito del nieto de ella, y la pobre vieja anda todavía llorando más que bolsa e’ hielo.

- No digo yo, llorar. Sobre todo porque el nieto de esa señora es más inútil que teclado sin enter. Ya es un viejo y la viejita lo trata como si fuera un carajito.

- Vértale si, pero igual eso de que le roben a uno la mejor mudita de ropa es más feo que chuparle los dedos a un mecánico.

- Menos mal que vos no tenéis la casa por donde yo vivo, que es más peligroso que un clavo en un tobogán – le replicó Samuel.

Mientras Romualdo explicaba a Samuel las causas del retraso en la llegada para irse para el negocio de La Negra a echarse lo palos, por el camino se reían de cuanta cosa graciosa veían, a bordo del Fairlane 500 de Romualdo.

Los dos amigos sabían que para que La Negra no iba quien no pudiera aguantar más palos que piñata de cemento, pues de lo contrario, pobre de aquel que no estuviera a la altura de la palamentazón, pues seguro terminaba rascao. De manera que el par de amigos de farra la tenía clara y ambos habían salido de sus casas bien comidos y dormidos, preparados para disfrutar de la buena música, el alegre dominó y las cervezas.

Cuando llegaron los recibió la propia Negra, blandiendo un par de cervezas que a decir de Samuel estaban más blanquitas que rodilla de albañil, vestidas de novia, pues, de lo frías que lucían. Y de sabrosas para darle matarile a aquel calor tan de Maracaibo.

Así se empezaba, pero varias horas y cervezas después, tanto Samuel como Romualdo se habrían puesto más lentos que alka seltzer en un vaso de chicha.

Quizás lo que despabiló a ambos, cuando llegó la hora de salir, fue que los sorprendió en el pelao que hacía de estacionamiento del negocio de La Negra, un aguacero mata sapos que de pronto, intempestivamente, comenzó a caer sobre la zona. Juan, el sobrino de Romualdo los esperaba ya en el carro, pues por costumbre desde hacía tiempo era el chofer de regreso de su tío cuando este salía con su amigo Samuel.

"¡Medida de seguridad!" gustaba decir el joven.

- Poné una gaitica - le dijo a medio camino Samuel al sobrino de Romualdo.

- Anda grillúo porque tiene novia nueva - dijo Romualdo sobre su sobrino y empezó a reír.

Y entonces comenzó a escucharse aquella gaita que tanto les gustaba a los tres - la que escuchaban en cada regreso por lo menos una vez al mes -, gaita de la buena.

Cuando llegues a un puerto de madrugada

Donde el marullo lleve hacia lontananza

El ritmo cadencioso de alguna danza

Que despide el boguero en la ensenada

Esto es Maracaibo

Cuando amanece

Un puerto que ofrece toda la gracia que hay en su rada

FIN

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